lunes, 5 de noviembre de 2012

vInTaGe...


Así ocurrió mi primera vez…






…Siguiendo a mi hermano, aquella persona que, con su  caminar acelerado, me recuerda constantemente los dos años y cuatro meses que me lleva de ventaja en este mundo. Es un ser humano a quien admiro inmensamente, con un don de independencia y con unos pies de los cuales siempre desconozco su rumbo… y esta vez no era la excepción.

Estábamos allí, en frente de lo que parecía ser un ascensor; de repente este se abrió y Daniel, sin pronunciar palabra alguna entró; paso seguido, hice lo mismo. Cuando la puerta se cerró, sentí que mi mundo entero se movía, “debe ser el calor” pensé y me senté en una de las pocas sillas libres que había dentro de esta pequeña habitación.

No entendía exactamente en qué lugar del planeta me encontraba. Al levantar la cabeza, después de amarrar mis cordones, me sorprendí rodeado de decenas de personas, unas más particulares que las otras, parecían personajes sacados de una fantasía de Tim Burton, algo así como Big Fish. Había gente de distintos tamaños, colores, olores y, aunque no los probé, me atrevería a decir que diversos sabores.

Por un momento pensé estar en una librería o una tienda de música. Algunas personas caminaban de un lado a otro, con sus ojos y oídos conectados a su iPhone, BlackBerry, Discman e inclusive a su Walkman, mientras otros leían el periódico, una revista o alguna novela como Harry Potter o Twilight. Mi atención fue cautivada por un espectáculo musical de un grupo de cantantes africanos, quienes usaban coloridas vestimentas que contrastaban perfectamente el tono oscuro de su piel; sus ritmos y bailes contagiaron de alegría a todos los allí presentes. Después siguió un trio de indígenas bolivianos con bella música andina; una europea que danzaba con una esfera de cristal por todo su cuerpo acompañada por un violinista y, finalmente, un grupo de jóvenes malabaristas, que me envolvieron en un circo del sol callejero.

Los idiomas se paseaban de un lado a otro en este lugar. Junto a mi escuchaba un saludo en portugués, un “te quiero” en francés y un adiós en mandarín, mientras unos argentinos hablaban con sus amigos italianos, una checa cantaba en ruso y unos padres alemanes se dirigían a sus hijos en inglés.

Continuamente entraba y salía gente del mágico cuarto. Cada detalle me llevaba a pensar que estaba en un sueño de Woddy Allen, donde no hay espacio para el ridículo, pues todo es posible. Todas las culturas, religiones y creencias estaban allí reunidas; judíos, ortodoxos, cristianos, musulmanes e hindúes, por nombrar algunos, compartiendo unos con otros. Parejas homosexuales, heterosexuales y muy sexuales en esas cuatro paredes… “es el mundo en un solo espacio” pensé.

En ese momento Daniel tocó mi espalda y me dijo “llegamos”, y a los pocos segundos se escuchó una voz en el fondo que decía “la siguiente parada es Times Square”. Me encontraba en uno de los tantos vagones del metro de Nueva York, aquella ciudad que se ha ganado, con toda razón, ser la capital del mundo. Fue maravilloso salir de la estación y estar rodeado de tantas luces y rascacielos, sentirme en el set de una película de Hollywood, recorrer las calles de aquella gigante que nunca duerme. Los sueños de los artistas, los flashes de los turistas y el palpitar de mi corazón al ritmo de “I love New York” me advertían que este, el primer mordisco que le daba a la gran manzana, era tan solo el primero de muchos por venir…